Domingo 17 de Enero de 2010 Piñera o Frei
Toda elección es trágica.
Inevitablemente alguien perderá. Frei o Piñera. Piñera o Frei. Uno llorará y el otro reirá. El uno o el otro.
La tercera vía no existe.
Pero, ¿qué factores podrían influir hoy día —basta de eufemismos— en una victoria de la derecha y una derrota de la izquierda o viceversa?
Aparentemente algunos procesos sociales podrían favorecer a la derecha.
Se ha dicho, por ejemplo, que la expansión del consumo y el cambio en las condiciones materiales de vida estimulan el deseo de autonomía y deterioran las viejas pertenencias. Así los antiguos arraigos (que vienen del no) cederían el paso a las nuevas opciones. El resultado sería favorable a la derecha —la novedad del año— y en cambio desfavorable a la izquierda que habiendo gobernado ya por casi veinte años no lograría entusiasmar a estos chilenos henchidos de confianza en sí mismos y deseosos de autonomía. Los chilenos que han experimentado la modernización —y han visto cómo su vida cambia de la tierra al cielo en apenas veinte años— juzgarían a los candidatos presidenciales de manera desprejuiciada, atendiendo ante todo a sus intereses y dejando de lado las viejas lealtades.
Hoy día —se sostiene— los chilenos evaluarán cada una de las opciones por sus méritos y aventarán los prejuicios que hasta hace poco los obnubilaban.
Y todo ello favorecería a la derecha.
Ese punto de vista no es fácil de entender.
Y es que más de la mitad de la derecha —la mitad más exitosa, dicho sea de paso, esa que en las fotos se cuela tras los hombros de Piñera— no tiene nada que ver con los ideales de modernidad y de autonomía. Esa derecha —la derecha de Kast y de Novoa— en vez de alentar la autonomía, aspira a que el Estado se inmiscuya en la vida personal de los ciudadanos, regimente sus ciclos reproductivos, favorezca las posiciones más conservadoras de la Iglesia Católica y añore sin quejas la experiencia de Pinochet.O sea, se trata de una derecha que disfruta de los procesos materiales de la modernización; pero que arrizca la nariz a la hora de evaluar sus consecuencias culturales.
Y entonces, salvo que medie engaño o error, no hay razones para que el respetable público pueda confiar en ella.
Pero ¿es distinta acaso la situación de Frei?
Desgraciadamente no demasiado.
Frei ha sido víctima de lo que Lenin —sí, el mismo— consideraba una enfermedad infantil: el izquierdismo.De una manera incomprensible, en la vieja disputa entre el Estado y el mercado, Frei ha sido más papista que el Papa.
Como si los chilenos anhelaran huir de sí mismos, ofreció anegar amplios espacios de la vida, desde la educación a la salud, con la presencia del Estado (lo que halagó al izquierdismo); pero se trató de una oferta poco atractiva para aquellos cuya voluntad es necesaria para ganar la elección (los hombres y las mujeres de a pie que sienten que su vida depende de sí mismos).
El resultado —era obvio— fue ese mezquino veinte y nueve por ciento que declaró su voluntad de hacerlo Presidente.
¿Cuál será entonces el resultado de hoy por la tarde?
Spinoza aconsejaba ocuparse de este tipo de cosas sin risa ni llanto, como si fueran un acontecimiento del todo externo. Y Fitzgerald —sí, el autor del Gran Gatsby— sostenía que una cosa era la voluntad (lo que cada uno quería) y otra la inteligencia (lo que cada cual creía).
Maldición.
Lo más probable —en esta materia no hay razones para confiar en Dios— es que Piñera habrá logrado seducir a esos miles de chilenos y chilenas que anhelan sacudirse los prejuicios. Los mismos que piensan que la derecha —la misma que anegó la libertad durante tantos años— está ahora de su lado.
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