Chile cambia de signo
Las elecciones del domingo en Chile decidieron de manera soberana que cambie el signo del gobierno. El triunfo del empresario Sebastián Piñera, por 51,6 por ciento contra 48,3 del ex presidente Eduardo Frei, significa la sustitución de un régimen de centroizquierda por otro de estirpe conservadora.
Son los primeros comicios que gana la derecha desde 1958. La ventaja de 15 puntos que obtuvo Piñera sobre el ex mandatario en la primera vuelta parecía garantizarle la victoria en la segunda; pero en los últimos días, Frei repuntó merced al apoyo que le dieron la presidenta saliente, Michelle Bachelet, y un tercero en contienda, el socialista Marco Enríquez Ominami.
Al llegar el domingo, ninguna encuesta se atrevía a anticipar el resultado. Que favoreció a la coalición de derecha, formada por la Unión Democrática Independiente (UDI), refugio de antiguos partidarios del dictador Augusto Pinochet, y Renovación Nacional (RN), el partido de Piñera, más moderado que UDI. En el 2006, Bachelet derrotó a Piñera. Cuatro años después, la derecha ha logrado el desquite, paradójicamente cuando el gobierno socialista coronaba la más alta cumbre de popularidad en la reciente historia de Chile.
Ahora la Concertación, nombre de la llave de centroizquierda entre la Democracia Cristiana y el Partido Socialista, deberá probarse como partido de oposición democrática. En los últimos veinte años, la alianza ha llevado a cabo un trascendental cambio en Chile. A partir de las ruinas que dejaron 17 años de dictadura de Augusto Pinochet, produjo una democracia estable y moderna; imprimió una mira social a la economía furiosamente neoliberal de los años 80 hasta reducir la pobreza de más del 40 por ciento a menos del 15, e introdujo una renovación en las costumbres, que ha permitido, entre otros temas, la aprobación del divorcio y que se debata la legalización del aborto y la unión homosexual.
Piñera, de 60 años, no llegará maza en mano a demoler las conquistas de la Concertación. Pese a que algunos de sus aliados exhiben un pasado poco democrático -ominoso fantasma que flotó sobre su campaña-, Piñera criticó siempre al gobierno de Pinochet y ayudó a financiar la campaña contra el referendo por el que el dictador pretendió perpetuarse.
No se esperan, ciertamente, grandes cambios en el rumbo positivo que ha empujado a Chile al despegue económico, el disfrute de las libertades y la mejora general de sus condiciones de vida. Pero hay tendencias y proclividades contra las que deberá luchar Piñera. Por una parte, como empresario poderoso -es uno de los hombres más ricos de América Latina, propietario de la aerolínea Lan Chile-, podría incurrir en la falsa creencia de que es posible manejar un país como si fuera una compañía particular y triunfar como jefe de Estado con los criterios que le han permitido gerenciar con éxito su conglomerado económico. Más de un magnate metido en política ha fracasado por este miope enfoque. Por otra parte, no debe olvidar que entre sus aliados hay políticos que se sentían a sus anchas bajo la tiranía pinochetista y que sería grave error permitirles que tomaran decisiones importantes sobre libertades públicas o montaran un frente de represalias desde el poder.
Las elecciones chilenas dejan, como corolario, una interesante lección a los observadores: la popularidad de un gobernante es difícil de endosar. El amplio apoyo ciudadano de Bachelet no le ayudó a Frei para vencer. Ya lo sabe Lula da Silva en Brasil, pues su candidata, Dilma Rouseff, ocupa un lugar subalterno en las encuestas, pese al elevado prestigio de quien la impulsa y patrocina. No sobra que los colombianos tomemos nota por lo que pueda ocurrir en el futuro.
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