Gente de palabra
Recién llegado de vuelta a la isla presencié como dos cubanos hacían un negocio, acordaron que parte del pago de la deuda sería cancelado mensualmente durante un año. Esperé que firmaran algún papel pero simplemente se dieron la mano y ya.
Recién llegado de vuelta a la isla presencié como dos cubanos hacían un negocio, acordaron que parte del pago de la deuda sería cancelado mensualmente durante un año. Esperé que firmaran algún papel pero simplemente se dieron la mano y ya.
Mi abuelo me vino a la cabeza. Él me hablaba de los tiempos en los que "el mejor aval era la palabra de un hombre" y me contaba como "en otras épocas" en mi país se podía vender hasta un campo sin firmar previamente ningún documento.
Si le hago caso a mi abuelo podría pensar que Cuba es el último reducto en el mundo en el que aún se cierran tratos sin papeleos, donde basta la palabra de un hombre o de una mujer como garantía de que se cumplirán los acuerdos.
El hecho podría ser consecuencia de la política económica del sistema socialista que rige la vida del país. El asunto es que casi todos los negocios que se hacen son ilegales, lo que impide que puedan avalarse jurídicamente.
En la isla se realizan cada año miles de traspasos de motos y automóviles, la mayoría de los cuales no pueden ser vendidos porque las leyes lo prohíben. Por lo tanto la venta se realiza sin cambiar el nombre que figura en la propiedad.
Algunos de estos vehículos han pasado por varios dueños, a pesar de lo cual cada vez que se debe realizar un trámite legal, como la revisión anual, hay que buscar al propietario original e ir con él ante las autoridades policiales.
Por supuesto que existen, como en cualquier país, estafadores o delincuentes que tratan de aprovecharse de la gente. Esta historia no se refiere a ellos sino al grueso de los cubanos, entre los que la palabra aún tiene valor.
En general es raro que ocurran problemas de estafa, es decir que se venda de palabra una moto y después se pretenda recuperarla sin devolver el dinero. Pero cuando esto ocurre las consecuencias son muy serias.
Cuentan que un extranjero hace unos años atrás compró un automóvil, se lo vendió a un cubano y meses después reclamó más dinero aduciendo que estaba a su nombre. El conflicto terminó con el asesinato del estafador.
Comprar una casa es otra de las actividades prohibidas entre particulares. En La Habana se inventan permutas sobornando a los funcionarios de la Dirección de la Vivienda pero en el campo es mucho más difícil porque todos se conocen.
Los "guajiros" cubanos venden y compran sus casas sin cambiar el nombre de la propiedad de la vivienda. Increíblemente todos respetan el trato sellado tan sólo con un apretón de manos y una botella de ron compartida como amigos.
El caos en algunas provincias es tal que incluso hay propuestas de hacer un censo para poner todas las propiedades a nombre de los actuales habitantes de la viviendas. Muchos ni siquiera viven ya en la localidad en que se ubica la casa.
Para los no cubanos debe ser difícil imaginarse un país como éste, en el que el dueño de un apartamento lo alquila sin ninguna garantía y en el que el inquilino acepta mudarse sin que se firme un contrato que lo proteja.
Hasta las ventas en el mercado negro se hacen a pagar "el día del cobro" y, según me confirmó una vendedora, la absoluta mayoría de las personas le saldan su deuda el mismo día en que reciben el salario.
A lo mejor, con los cambios económicos que puedan avecinarse, la vida del país se "normaliza" e, igual que en el resto del mundo, los papeles empiecen a garantizar las transacciones comerciales entre las personas.
Sin lugar a dudas habrá entonces más orden pero en contrapartida la "palabra" se devaluará en el mercado de valores sociales, tal y como ha pasado en el resto del mundo, donde sólo se confía en aquello que sirve como prueba en los tribunales.
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